Historias que nos inspiran

Esta pandemia cambió nuestras vidas de muchas maneras. A mí personalmente me dio la dicha y oportunidad de vivir una experiencia única e inolvidable.

Me llamo Leticia Romero y desde el 2019 soy responsable de la FUNDACIÓN GRACIAS.

Algo que parecía impensable tras el contexto mundial y de país, se pudo llevar a cabo, con mucha fe y esfuerzo.  A principios de marzo de este año, tuvimos la oportunidad de viajar a la provincia del Chaco, al paraje “La Peligrosa”, donde desde diciembre del 2019 y junto a la Asociación Civil Monte Adentro, estamos construyendo cisternas para que varias familias de esta comunidad tengan acceso al agua segura.

Llegamos a Chaco en un día de mucho calor junto al fundador de Gracias, Manuel Romero y viajamos rumbo a Boquerón, en el partido de Tres Isletas.  Allí, nos instalamos en el centro comunitario de esa localidad, donde nos recibieron muy amablemente, parte del equipo de Monte Adentro, en especial “La Juli” que con su sonrisa y compromiso a la causa hizo que fueran días perfectos. 

Aunque parecieron 10 días, nos quedamos allí solo cuatro, para trabajar en la construcción de tres cisternas en el Paraje La Peligrosa y visitando a las familias que ya contaban con las cisternas finalizadas. 

¿Qué decir de las personas con las que nos encontramos? Calidez y agradecimiento con un “GRACIAS Y MIL GRACIAS” constante se respiraba en esos humildes lugares. Claro, la situación de cada uno cambió de un minuto al otro, con el nuevo aljibe a solo un metro de su casa que les permitía no tener que caminar kilometros bajo el sol tajante para buscar el agua necesaria. 

¡LA FAMILIA DE LOLO!

Una de nuestras misiones era ir a visitarlo. Sabíamos que Cachi y Hernan, dos locales nos guiaron hasta allí. El camino era difícil. Había curvas y contracurvas y la tierra que se levantaba nos dificultaba la visual del camino, pero seguimos sus indicaciones y después de un rato, gracias a que nos cruzamos al hijo de Lolo en bicicleta que nos guió, llegamos. 

Ellos no sabían que íbamos a ir y tampoco nos conocían. Cachi fue quien nos presentó. “Ellos son los chicos de Gracias”, gritó. “Para que!!” Llamó a  gritos a su mujer y salieron junto a su hija y su nieta de dos años.

Nos presentamos y al rato ya estábamos sentados en una ronda a la sombra debajo del tinglado, con pan caliente recién sacado del horno de barro y Lolo mate en mano. A mi los ojos se me disparaban para todos lados, era un cabeceo constante. Sentía una felicidad extrema. Sentía sed y les pedí si podía tomar del aljibe un trago de agua. Saque la tapa de la cisterna, levanté el tachito que colgaba con una soga hasta el fondo de la cisterna y saqué el agua más rica y más fresca que había tomado en mi vida. 

EL MÁSTIL SIN BANDERA

Desde que entramos al campito había algo que me llamaba mucho la atención. Un mástil de bandera, pero sin bandera. Cosa rara. Mientras los varones hablaban sobre  la construcción del tinglado que realizaron con el grupo de Gracias en el 2019, yo aproveché para preguntarle a Cynthia por el Mástil. Me contó que lo usan para subir su celular, con una bolsita en la soga. Lo dejan un buen rato, para que se carguen los mensajes y lo bajan para ver todo lo recibido 

GRACIAS GRACIAS Y MÁS GRACIAS

La inolvidable tarde siguió y entre mate la palabra que más nos transmitían era GRACIAS ¿Gracias por qué? ¿Por brindarles algo que debería ser normal? Otra frase que nos decían era “Nos cumplieron un sueño, ya no pedimos nada más, ya tenemos todo lo que necesitábamos” 

En la casa de Lolo tampoco había luz, pero cuando el sol caía, vi una casita cercana que tenía. Entonces les pregunté por qué allá sí había y ellos no tenían electricidad. Con una respuesta muy natural me dijo: “Porque no tenemos cómo pagar”. La única manera de poder pagar la luz para ellos era vender un ganado y con ese dinero pagaban la luz de varios meses, pero no tenían, o se morían o se los robaban, y los caballos eran invendibles ya que eran su único medio de transporte junto a bicicletas que se pinchan las gomas cada rato y no podían remediarlas. 

El calor empezó a aflojar, pero los jejenes empezaron a atacarnos. Nada nos importaba, no queríamos desarmar esa ronda de mate y pan caliente que seguía sacando del horno. En un momento, Lolo nos invitó a conocer su huerta. Era la mejor huerta que había visto en mi vida. kms y kms de cultivos. ¡Tenía de todo! De eso se alimentaban, pero había un problema: la sequía. Ver los alimentos secarse daban ganas de llorar. 

En fin, nos regalaron  zapallos enormes, batatas, papas. si hubiese sido por ellos nos llevábamos la huerta entera. que manera de dar dar y dar. Ellos nos dan: alimentos, cariño, enseñanza pura, alegría, actitud,  esperanza, simpleza, y mucho pero mucho amor.

Llegó el momento en que lamentablemente por la oscuridad, nos tuvimos que ir. Nos subimos al auto. Cachi es oriundo de ese lugar así que es moneda corriente estas aventuras. Manuel manejando, yo a su lado. Los tres quedamos sin palabras. No volaba ni una mosca. Yo con las dos calabazas en la mano. 

Por dentro me empezaron a aparecer flashes de esa hora y media en “La Casa de Lolo”. Mástil, niña descalza, pan caliente, agua de aljibe, calor, huerta, caballos, tierra que volaba y caras de felicidad de todos. Parecía una fiesta.

Mis lagrimas paraban y al rato volvían a aparecer. Lágrimas de felicidad por lo vivido, de asombro e indignación, de sorpresa, de agradecimiento. “LO DE LOLO” me lo llevaré en mi corazón por siempre y les prometí que iba a volver, así que allí estaré este año, saboreando mate, pan caliente y MUCHO AMOR.

Leticia Romero

Directora Fundacion Gracias

Buenos Aires, Agosto 2021